jueves, 26 de noviembre de 2015

Cerrando círculos. Paulo Coelho


Siempre es preciso saber cuándo se acaba una etapa de la vida. Si insistes en permanecer en ella más allá del tiempo necesario, pierdes la alegría y el sentido del resto.

Cerrando círculos, o cerrando puertas, o cerrando capítulos, como quieras llamarlo. Lo importante es poder cerrarlos, y dejar ir momentos de la vida que se van clausurando.

¿Terminó tu trabajo?, ¿“Se acabó tu relación? , ¿Ya no vives más en esa casa?, ¿Debes irte de viaje?, ¿La relación se acabó? Puedes pasarte mucho tiempo de tu presente “revolcándote” en los por qué, en devolver el cassette y tratar de entender por qué sucedió tal o cual hecho.

El desgaste va a ser infinito, porque en la vida, tú, yo, tu amigo, tus hijos, tus hermanos, todos y todas estamos encaminados hacia ir cerrando capítulos, ir dando vuelta a la hoja, a terminar con etapas, o con momentos de la vida y seguir adelante.

No podemos estar en el presente añorando el pasado. Ni siquiera preguntándonos por qué. Lo que sucedió, sucedió, y hay que soltarlo, hay que desprenderse. No podemos ser niños eternos, ni adolescentes tardíos, ni empleados de empresas inexistentes, ni tener vínculos con quien no quiere estar vinculado a nosotros. ¡Los hechos pasan y hay que dejarlos ir!

Por eso, a veces es tan importante destruir recuerdos, regalar presentes, cambiar de casa, romper papeles, tirar documentos, y vender o regalar libros. Los cambios externos pueden simbolizar procesos interiores de superación. Dejar ir, soltar, desprenderse. En la vida nadie juega con las cartas marcadas, y hay que aprender a perder y a ganar. Hay que dejar ir, hay que dar vuelta a la hoja, hay que vivir sólo lo que tenemos en el presente…

El pasado ya pasó. No esperes que te lo devuelvan, no esperes que te reconozcan, no esperes que alguna vez se den cuenta de quién eres tú… Suelta el resentimiento. El prender “tu televisor personal” para darle y darle al asunto, lo único que consigue es dañarte lentamente, envenenarte y amargarte.

La vida está para adelante, nunca para atrás. Si andas por la vida dejando “puertas abiertas” por si acaso, nunca podrás desprenderte ni vivir lo de hoy con satisfacción. ¿Noviazgos o amistades que no clausuran?, ¿Posibilidades de regresar? (¿a qué?), ¿Necesidad de aclaraciones? , ¿Palabras que no se dijeron?, ¿Silencios que lo invadieron? Si puedes enfrentarlos ya y ahora, hazlo, si no, déjalos ir, cierra capítulos. Dite a ti mismo que no, que no vuelven. Pero no por orgullo ni soberbia, sino, porque tú ya no encajas allí en ese lugar, en ese corazón, en esa habitación, en esa casa, en esa oficina, en ese oficio.

Tú ya no eres el mismo que fuiste hace dos días, hace tres meses, hace un año. Por lo tanto, no hay nada a qué volver. Cierra la puerta, da vuelta a la hoja, cierra el círculo. Ni tú serás el mismo, ni el entorno al que regresas será igual, porque en la vida nada se queda quieto, nada es estático. Es salud mental, amor por ti mismo, desprender lo que ya no está en tu vida.

Recuerda que nada ni nadie es indispensable. Ni una persona, ni un lugar, ni un trabajo. Nada es vital para vivir porque cuando tú viniste a este mundo, llegaste sin ese adhesivo. Por lo tanto, es costumbre vivir pegado a él, y es un trabajo personal aprender a vivir sin él, sin el adhesivo humano o físico que hoy te duele dejar ir.

Es un proceso de aprender a desprenderse y, humanamente se puede lograr, porque te repito: nada ni nadie nos es indispensable. Sólo es costumbre, apego, necesidad. Por eso cierra, clausura, limpia, tira, oxigena, despréndete, sacúdete, suéltate.

Hay muchas palabras para significar salud mental y cualquiera que sea la que escojas, te ayudará definitivamente a seguir para adelante con tranquilidad. ¡Esa es la vida!

Paulo Coelho

jueves, 19 de noviembre de 2015

Poema del secreto. José Angel Buesa


Puedo tocar tu mano sin que tiemble la mía,
y no volver el rostro para verte pasar.
Puedo apretar mis labios un día y otro día...
y no puedo olvidar.

Puedo mirar tus ojos y hablar frívolamente,
casi aburridamente, sobre un tema vulgar,
puedo decir tu nombre con voz indiferente...
y no puedo olvidar.

Puedo estar a tu lado como si no estuviera,
y encontrarte cien veces, así como al azar...
puedo verte con otro, sin suspirar siquiera,
y no puedo olvidar.

Ya vez: Tu no sospechas este secreto amargo,
más amargo y profundo que el secreto del mar...
porque puedo dejarte de amar, y sin embargo...
no te puedo olvidar!


martes, 17 de noviembre de 2015

La dama de las llamadas. José Joaquín López

Estuve un año desempleado y en ese tiempo lo único bueno fueron las llamadas de una mujer que nunca llegué a conocer. Sólo llamaba de lunes a viernes, en horario de trabajo, casi siempre al mediodía. Me contaba un poco de su vida y colgaba. No estaba muy interesada en lo que yo hacía. Me confundía con otra persona, y aunque algunas veces intenté explicarle que estaba equivocada, nunca me creyó.

Cuando me despidieron de la empresa en donde trabajaba yo no tenía nada ahorrado y tuve que recurrir a la caridad de mi padre para tener en dónde vivir. Pasé un par de semanas en su casa y luego me habilitó uno de los apartamentos que tenía en alquiler. Mi padre siempre ha vivido de sus rentas y aunque siente algún tipo de estima por mí, no me quería en su casa. Tampoco me quería su mujer.

Mi madre murió cuando yo era adolescente. Mi padre me envió entonces a estudiar a otra ciudad y desde esa época vivimos separados. Siempre he admirado su espíritu emprendedor y su habilidad de negociante, pero algo pasó y no heredé nada de eso.

La primera llamada de la mujer la recibí un viernes por la mañana. Pensé que me llamaban por una plaza a la que había aplicado y respondí con mi saludo formal. ¡Carlos!, soy yo, Elena, me dijo, cuando la confundí con otra persona. Yo no conocía a ninguna Elena, pero como me llamaba Carlos igual que el tipo a quien ella llamaba, seguí la conversación a modo de juego. Me contó que había sabido hace poco de mí y que buscando en internet había dado con mi teléfono. Me extrañó porque me estaba llamando al teléfono fijo del apartamento y que yo supiera nadie había vivido allí durante mucho tiempo.

Te voy a llamar todos los días, me dijo antes de colgar. Yo no pensé que hablara en serio porque no entendí para qué iba a llamar. Yo le dije que estaba bien. Sin embargo cumplió su palabra y continuó llamando, casi siempre al mediodía. Me contaba de sus problemas en el trabajo y de sus peleas con su padre, con quien vivía. Tenía una vida algo aburrida, como supongo que es la de toda la gente. Poco a poco entré en confianza y después de un par de semanas ya platicábamos como grandes amigos.

Supe que trabajaba como recepcionista en una clínica médica en la que habían varios médicos asociados. Ella atendía las llamadas de los médicos, agendaba citas y hacía recordatorios telefónicos. Había días en que tenía muchas llamadas y otros en los que había una o dos. Se llevaba bien con el gastroenterólogo y el traumatólogo, pero la nutrióloga creía que no hacía bien su trabajo y la llamaba a su clínica y le pedía la bitácora de llamadas y el libro de citas para revisarlos una y otra vez. Con el un odontólogo no había mucho contacto y era cordial pero no daba lugar a mucha plática. Y así con los demás médicos.

Cada día me contaba alguna anécdota sobre algún paciente curioso o sobre algún enfermo que le daba lástima. Habían tres hipocondríacos que solían llegar seguido. Casi nunca estaban enfermos realmente. Uno de ellos leía mucho sobre enfermedades en páginas de Internet y llegaba a solicitar órdenes de exámenes para descartar las enfermedades más inverosímiles.

Yo me pasaba casi todo el día aburrido y no tenía cable ni conexión a Internet. Su llamadas se convirtieron en mi tele serie diaria, de la que siempre esperaba un nuevo capítulo. Hoy era la feliz dueña de una cafetera nueva, ayer había hecho más llamadas que nunca. En algunas ocasiones llamaba sólo para decirme que no tenía ganas de hablar porque había amanecido deprimida.

Calculo que habrá tenido unos 25 años. Unas veces me la imaginaba guapa, algo regordeta, con pelo corto y una sonrisa discreta, algo tímida. Otras veces me la imaginaba guapa también, delgada, con pelo largo a los hombros, y una sonrisa cautivadora. A veces, pensaba, se haría la interesante con algún paciente atractivo y tendría algún detalle con los médicos a quienes servía.

Las veces que yo le pedí vernos me decía que ella era una dama y que además yo estaba casado, que cómo me atrevía. Yo no estoy casado, Elena, le decía. Pero el Carlos al que ella llamaba sí lo estaba y de ahí nunca la iba a sacar. De vez en cuando yo insistía, pero ella huía del tema y siempre me decía, enfáticamente, que ella era una dama.

Por sus indicaciones yo sabía en qué edificio trabajaba, pero era ridículo presentarse. Pasaría las de la Penélope de la canción, ella me diría que yo no soy quien ella espera.

Estuvimos hablando por teléfono durante varios meses. La conversación siempre era muy amena. Con el tiempo yo también le contaba qué hacía, que era muy poco. A veces, le contaba, voy a eventos de prensa, digo que tengo una página web y almuerzo de gratis. Hay muchos eventos a los cuales no van muchos periodistas y los organizadores agradecen que alguien llegue a hacer bulto. Los eventos suelen ser en hoteles y después me doy largos paseos a pie por la zona viva, miro a las mujeres bonitas que circulan por ahí y regreso a casa. Leo muchos libros que compro usados, generalmente de relatos cortos. Hago un poco de ejercicio para no perder la forma, hago la limpieza y la comida. No tengo mucho dinero, sólo voy pasando el día a día. Algunas veces me llama un amigo para hacer trabajos de uno o dos días y esos son los días en que no te contesto, Elena.

Pasó el tiempo y conseguí empleo. Le dije a Elena que ya no estaría para contestar sus llamadas. No te creo, me dijo, yo te seguiré llamando. Elenita, le decía yo, estaré trabajando, no podré contestarte. No te creo, vos te queréis deshacer de mí. Le ofrecí mi número de celular, le sugerí que me llamara de noche o los fines de semana, pero no aceptó.

Empecé a trabajar en el nuevo lugar y mientras estuve en casa, no recibí ninguna llamada. Pensé entonces que ella se había olvidado del tema. Aunque la costumbre me había hecho esperar todos los días escucharla, en dos o tres semanas la rutina del nuevo trabajo me hizo olvidarla.

A los cuatro meses de estar de nuevo en el trabajo me dio una infección intestinal y no pude presentarme un lunes. Ese día ella llamó. Hola, soy Elena, dijo. A continuación escuché un largo suspiro. ¿Por qué no contestabas?, dijo después, con voz temblorosa. Elenita, le respondí, yo estoy trabajando, me quedé hoy en casa porque estoy enfermo. Oh, pobrecito, que sigas mejor. Y empezó a contarme lo que le había sucedido todo este tiempo. Te seguiré llamando todos los días, me dijo de nuevo al despedirse. Yo no mejoré y me quedé al día siguiente. Ella volvió a llamar y esa vez le dije que me despedía para siempre. Lloró, pero me dijo que seguiría llamando.

Volví al trabajo y ella, fiel a su costumbre, no me llamó en horas ni días inhábiles. Tiempo después mi padre me dijo que no tenía sentido una línea telefónica fija y que cortaría el servicio, que él pagaba. Bastaba con el celular, me dijo, y yo estuve de acuerdo.

Así terminó la comunicación con la dama de las llamadas. A veces, al mediodía, a la hora en que Elena me solía llamar, me pregunto si ya encontró a alguien que conteste sus llamadas, o si agarró valor y ya habló con el Carlos con quien ella pretendía comunicarse. Otras veces pienso que tal vez ella sólo buscaba alguien que la escuchara y se había inventado todo desde un principio. Y ahora estaría llamando a un montón de números hasta encontrar alguien que por fin la escuche.

jueves, 12 de noviembre de 2015

Hagamos un trato. Mario Benedetti

Compañera usted sabe puede contar conmigo no hasta dos o hasta diez sino contar conmigo.

Si alguna vez advierte que la miro a los ojos y una veta de amor reconoce en los míos no alerte sus fusiles ni piense qué delirio a pesar de la veta o tal vez porque existe usted puede contar conmigo.

Si otras veces me encuentra huraño sin motivo no piense qué flojera igual puede contar conmigo.

Pero hagamos un trato yo quisiera contar con usted.

Es tan lindo saber que usted existe uno se siente vivo y cuando digo esto quiero decir contar aunque sea hasta dos aunque sea hasta cinco no ya para que acuda presurosa en mi auxilio sino para saber a ciencia cierta que usted sabe que puede contar conmigo.

Mario Benedetti




Triana. Una noche de amor desesperada

martes, 10 de noviembre de 2015

Me gusta cuando callas. Pablo Neruda



Me gustas cuando callas porque estás como ausente, 
y me oyes desde lejos, y mi voz no te toca. 
Parece que los ojos se te hubieran volado 
y parece que un beso te cerrara la boca. 

Como todas las cosas están llenas de mi alma 
emerges de las cosas, llena del alma mía. 
Mariposa de sueño, te pareces a mi alma, 
y te pareces a la palabra melancolía. 

Me gustas cuando callas y estás como distante. 
Y estás como quejándote, mariposa en arrullo. 
Y me oyes desde lejos, y mi voz no te alcanza: 
Déjame que me calle con el silencio tuyo. 

Déjame que te hable también con tu silencio 
claro como una lámpara, simple como un anillo. 
Eres como la noche, callada y constelada. 
Tu silencio es de estrella, tan lejano y sencillo. 

Me gustas cuando callas porque estás como ausente. 
Distante y dolorosa como si hubieras muerto. 
Una palabra entonces, una sonrisa bastan. 
Y estoy alegre, alegre de que no sea cierto.

Pablo Neruda

jueves, 5 de noviembre de 2015

Mi unicornio azul. Silvio Rodríguez


Mi unicornio azul ayer se me perdió,
pastando lo deje y desapareció.
Cualquier información bien la voy a pagar.
Las flores que dejó
no me han querido hablar.

Mi unicornio azul
ayer se me perdió,
no sé si se me fue,
no sé si extravió,
y yo no tengo más
que un unicornio azul.
Si alguien sabe de él,
le ruego información,
cien mil o un millón
yo pagaré.
Mi unicornio azul
se me ha perdido ayer,
se fue.


Mi unicornio y yo
hicimos amistad,
un poco con amor,
un poco con verdad.
Con su cuerno de añil
pescaba una canción,
saberla compartir
era su vocación.

Mi unicornio azul
ayer se me perdió,
y puede parecer
acaso una obsesión,
pero no tengo más
que un unicornio azul
y aunque tuviera dos
yo solo quiero aquel.
Cualquier información
la pagaré.
Mi unicornio azul
se me ha perdido ayer,
se fue.


martes, 3 de noviembre de 2015

Más allá del amor. Octavio Paz


Todo nos amenaza: 
el tiempo, que en vivientes fragmentos divide 
al que fui 
del que seré, 
como el machete a la culebra; 
la conciencia, la transparencia traspasada, 
la mirada ciega de mirarse mirar; 
las palabras, guantes grises, polvo mental sobre la yerba, 
el agua, la piel; 
nuestros nombres, que entre tú y yo se levantan, 
murallas de vacío que ninguna trompeta derrumba. 

Ni el sueño y su pueblo de imágenes rotas, 
ni el delirio y su espuma profética, 
ni el amor con sus dientes y uñas nos bastan. 
Más allá de nosotros, 
en las fronteras del ser y el estar, 
una vida más vida nos reclama. 

Afuera la noche respira, se extiende, 
llena de grandes hojas calientes, 
de espejos que combaten: 
frutos, garras, ojos, follajes, 
espaldas que relucen, 
cuerpos que se abren paso entre otros cuerpos. 

Tiéndete aquí a la orilla de tanta espuma, 
de tanta vida que se ignora y se entrega: 
tú también perteneces a la noche. 
Extiéndete, blancura que respira, 
late, oh estrella repartida, 
copa, 
pan que inclinas la balanza del lado de la aurora, 
pausa de sangre entre este tiempo y otro sin medida.